Una de las principales postales del Prado es el Museo y Jardín Botánico Atilio Lombardo, así llamado en homenaje a quien fue durante décadas su gran impulsor. Creado en 1902 por disposición de la Junta Económico Administrativa, con una superficie de 13 hectáreas, constituye un espacio científico, de estudio y divulgación de la vida vegetal, en particular de la flora indígena, con más de 1.000 especies vegetales. Es un precioso paseo abierto al público, pero con horarios determinados.
Suave pero sistemáticamente Mario siempre ha manifestado una ternura especial por los árboles, seres a los que consideraba prójimos, como a las personas. El Botánico, reducto casi templo de los árboles, vio a Mario caminar por sus senderos muchas veces, respirar ese aire verde único de la ciudad, y allí inspirarse con las imágenes que el Jardín le regalaba.
Noción de patria incluye poemas escritos entre 1962 y 1963, año en que fue publicado en forma unitaria. Se trata de un libro hijo de diferentes temas, entre otros, impresiones a su regreso de Europa, algunas estrofas que en cierto modo presagian el oscuro porvenir, una particular oda a una Montevideo «de mentira», y como en casi toda la obra poética de Mario, la solidaridad, el humor, la muerte y el amor. Estas páginas contienen los populares «Corazón coraza» y «A la izquierda del roble», «Entre estatuas» -embrión más corto y menos pulido del hoy famoso «No te salves»-, y el críptico «Obituario con hurras», versos duros celebrando la muerte de alguien no muy querido. El poemario se incluyó ese mismo 1963 en la primera edición de Inventario I, que reunía todos sus poemas desde 1948 hasta esa fecha. A partir de los años ochenta Nocion de patria volvió a editarse solo y también en un mismo tomo junto con Próximo prójimo.
1- A la izquierda del roble, Noción de patria, pág. 58Javier Montes, protagonista de Andamios, se va reencontrando a lo largo de la novela con seres queridos y, por supuesto, con cada rincón de su Montevideo que tanto amaba:
Andamios narra la historia del periodista Javier Montes que, en 1995, vuelve al Uruguay para recuperar su espacio interior en un país que le arrebataron por la fuerza. Según Mario, es una especie de inmersión de los personajes de La borra del café, que saltaron de sus páginas para construir esos andamios. Y aunque no la reconoce como autobiográfica, sí admite en esta novela algunas pinceladas personales: «Yo también fui un exiliado y lo pasé muy mal. El exilio político es diferente del económico. La muerte, si es forzada, también es una forma de exilio». Publicada en Buenos Aires (1996), México (1997), Madrid y Montevideo (2009), Barcelona (2015), y traducida al italiano (2006), y al portugués (2017).
1- Andamios, pág. 118A pesar de ser un escritor eminentemente urbano, Mario sentía especial predilección por los espacios verdes de su Montevideo, por los parques, las plazas, y sobre todo por los árboles. Un repaso por algunas de sus obras nos muestra la cálida relación del escritor con esos seres únicos, a quienes seguramente llegó a considerar como un próximo prójimo más. Ya en Poemas de la oficina, aunque el tema fuera gris y burocrático, había un resquicio del corazón por donde asomaban recuerdos de la infancia, en una Montevideo «absolutamente verde... y el Prado con caminos de hojas secas, y el olor a eucaliptus y a temprano». 1
Martín Santomé, en La tregua, en una de sus acostumbradas salidas de domingo camina por la preciosa 19 de Abril, y mirando a través de la bóveda de plátanos descubre «una de las cosas más agradables de la vida: ver cómo se filtra el sol entre las hojas.» 2
Los rayos de sol entre el follaje era seguramente algo que Mario disfrutaba, y lo comparte con Ramón Budiño, cuando tiene un recuerdo en Gracias por el fuego: «de tarde, con el sol filtrándose entre los árboles (nunca he visto un sol tan amarillo)...»; 3 con Claudio, en La borra del café, en el parque Capurro: «de pronto se introdujo por entre las hojas de los árboles un sol intermitente. Fue en ese momento, frente a esa belleza inesperada, que sentí un nudo en la garganta...», 4 y con Beatriz, la niña de Primavera con una esquina rota:
El movimiento de los árboles, ese vaivén lento, como adormecido que Mario llamaba «cabeceo», igual que Santiago, el papá de Beatriz:
que ve Santomé en la Plaza Matriz. En «Chau número tres», los árboles también cabecean:
En el universo de Mario los árboles señalan el luto y la tristeza: «por ejemplo este día en que ningún árbol
está de verde y no oigo los latidos»14; o son un fragmento en el amor de la pareja: