«Las baldosas» es una mezcla de diagnóstico y premonición donde se mezclan absurdo y realidad, concebido una tarde cualquiera, desde uno de los bancos de la Plaza Cagancha. Mario sabía cómo estaba el país, lo que se estaba cocinando: preveía un tiempo oscuro, y lo leía en los rostros, en las hojas de los árboles, en las baldosas que le faltaban a la plaza, alegoría de un autoritarismo que iba asomándose en el horizonte.
Noción de patria incluye poemas escritos entre 1962 y 1963, año en que fue publicado en forma unitaria. Se trata de un libro hijo de diferentes temas, entre otros, impresiones a su regreso de Europa, algunas estrofas que en cierto modo presagian el oscuro porvenir, una particular oda a una Montevideo «de mentira», y como en casi toda la obra poética de Mario, la solidaridad, el humor, la muerte y el amor. Estas páginas contienen los populares «Corazón coraza» y «A la izquierda del roble», «Entre estatuas» -embrión más corto y menos pulido del hoy famoso «No te salves»-, y el críptico «Obituario con hurras», versos duros celebrando la muerte de alguien no muy querido. El poemario se incluyó ese mismo 1963 en la primera edición de Inventario I, que reunía todos sus poemas desde 1948 hasta esa fecha. A partir de los años ochenta Nocion de patria volvió a editarse solo y también en un mismo tomo junto con Próximo prójimo.
1- Las baldosas, Noción de patria, pág. 19
Más allá de un hecho biográfico puntual de su niñez -narrado en entrevistas y volcado a su obra en Despistes y franquezas y en La borra del café-, la vida de Mario no permite encontrar algún otro hecho demasiado significativo para él en la Plaza Libertad. Sin embargo, una breve recorrida por la obra permite ver cómo siempre -antes, durante y después del exilio-, la plaza ha estado presente en su memoria como lugar importante. Ya en La tregua, el diario de Martín Santomé la cita el 27 de marzo -seguramente de 1957-, luego de una larga jornada de horas extras en la oficina: .
El Sorocabana al que alude no es en el que Mario escribiera precisamente La tregua, que estaba en la Ciudad Vieja, sino la casa central, que estaba en la Plaza Cagancha. Unos años más tarde la decadencia de la sociedad y de la dirigencia política estaban se iban haciendo cada vez más patentes, y las libertades estaban comenzando a ser recortadas. En ese contexto aparece Noción de patria, que incluye el poema «Las baldosas», alegoría de lo que estaba sucediendo, presagio de lo que iba a suceder:
En Gracias por el fuego, al comienzo de un día muy especial, Ramón Budiño hace un repaso de los momentos de su vida en que se sintió
«dolorosamente solo», y entonces recuerda un domingo en la ciudad de San Francisco, en la Union Square, y los innumerables viejitos y viejitas buscaban dar migajas a las palomas, «exactamente igual que en la modesta plaza Cagancha». 3
La próxima cita a la plaza será ya obligadamente desde fuera del país, en el poema «Sightseen 1980», que comienza con un epígrafe de Juan Zorrilla de San Martín, que dice que le gustaría «ver lo que verán los que vivan cuando Montevideo tenga un millón de habitantes». Ese deseo fue formulado cuando la ciudad apenas alcanzaba las 300.000 almas. En 1981, prácticamente un siglo más tarde, desde el exilio Mario realiza una especie de excursión cumpliendo el anhelo del viejo poeta, y allí comprueba: «he aquí la plaza nombrada en otros tiempos libertad / ahora es una plaza simplemente y es lógico / a qué poner membretes obvios y alucinógenos / que además siembran y cosechan desconciertos.»
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Seguramente no hubiera gustado a Zorrilla ver lo que Mario contaba. Más tarde, en el cuento «Pacto de sangre», incluido en Despistes y franquezas (1989), Octavio, un anciano que pasa los días de la cama a la mecedora -y viceversa-, y simula haber perdido el habla, piensa una lista de anécdotas que su familia se pierde de oír, entre las cuales figura «...el techo de paraguas en la Plaza Cagancha cuando Uruguay le ganó tres a dos a Italia en las semifinales de Amsterdam y el relato del partido no venía como ahora por satélite sino por telegramas(Carga uruguaya; Italia cede córner; los italianos presionan sobre la valla defendida por Mazali; Scarone tira desviado, etc.)....»5
En La borra del café repite esta anécdota autobiográfica, ahora desde la memoria de Claudio, el protagonista, cuando camina por el Centro y se detiene en la Plaza Cagancha. Cada vez que lo hace, no puede dejar de recordar aquella tarde lluviosa: «El día en que Uruguay enfrentó a Italia, el viejo me llevó a la plaza Cagancha.»6
Por último, y ya completamente desexiliado, Mario traslada a Javier Montes sus impresiones sobre Montevideo en el reencuentro: «Es cierto que la Avenida está sin árboles; que la Plaza Cagancha y la Plaza Fabini se han transformado de veras y resultan más acogedoras.»7 Como el Sportman, la Plaza Independencia, Dieciocho, el Palacio Salvo y tantos otros lugares de Montevideo, la Plaza Libertad -o de Cagancha-, aquella plaza que a fines del siglo XIX marcó el inicio de la «Ciudad Nueva», está presente a lo largo de todos los años que Mario escribió.
La anécdota personal de Mario en la Plaza Cagancha cuando niño, narrada en varias entrevistas y también en el cuento «Pacto de sangre», es contada también en La borra del café. En el capítulo «Gente que pasa», Claudio, el protagonista, camina por el Centro hasta la Plaza Cagancha, y cada vez que pasa por allí recuerda aquella tarde lluviosa de junio de 1928: no puede dejar de recordar aquella tarde lluviosa: «Alguna que otra tarde cambiaba mi itinerario y venía por Agraciada, Rondeau, hasta la plaza Cagancha, lugar éste que para mí era inseparable de una imagen única, que siempre estuvo colgada en mi memoria. Durante los juegos de Amsterdam, 1928, cuando Uruguay fue por segunda vez campeón olímpico de fútbol, todo el país estuvo pendiente de esos partidos. El día en que Uruguay enfrentó a Italia, el viejo me llevó a la plaza Cagancha. Allí, en los pizarrones del diario Imparcial iban apareciendo los más importantes pormenores del juego: “Avanza Uruguay”, “Italia cede córner”, “Gol italiano”, “Gran reacción del equipo uruguayo”, etcétera. Llovía a cántaros y centenares de paraguas formaban una suerte de techo sobre la plaza repleta. Yo era entonces un niño (cinco o seis años), pero no he olvidado mi sensación de insignificancia bajo aquel extraño cobertizo así como mi constante vigilancia para que las goteras de los paraguas no cayeran sobre mis zapatos, precaución totalmente inútil ya que de todas maneras estaban empapados. Al final ganó Uruguay 3 a 2.»1 Acaso el único detalle que escapa a la verdad sea que Mario no tenía ni cinco ni seis años, sino ocho.
La borra del café es, en palabras del propio Mario, una de sus mejores novelas: «Es la única que en algún sentido es autobiográfica. O que por lo menos lo es en el envase, pues el protagonista es totalmente inventado pero vive en los barrios donde yo viví. Capurro -uno de los más queridos-, Malvín, Punta Carretas.» Fue publicada en Montevideo (1992), Buenos Aires y México (1993), Madrid (1996) y Barcelona (2000), y traducida al alemán (1994), al checo (2000), y al portugués (1998).
1- La borra del café, pág. 74
La Plaza Cagancha, o Libertad -como le gustaba llamarla a Mario-, en épocas en que los medios de comunicación eran precarios, fue escenario de un acontecimiento muy importante para él cuando apenas era un niño. Su primer recuerdo de un partido de fútbol lo remite a 1928, y también a la Plaza Libertad: «...no lo vi en la cancha, pero lo viví como si estuviera. Fue por los Juegos Olímpicos de Ámsterdam'28: Italia contra Uruguay, por una de las semifinales. Yo tenía apenas 7 años, y mi viejo me llevó a la Plaza Libertad, en Montevideo. Allí, la forma de enterarse cómo iba el partido era en la planta de un diario que se llamaba “El Imparcial”. Bajaban un pizarrón que anunciaba: “Carga italiana”. Después había que esperar a ver qué resultado tenía ese ataque y a los dos minutos bajaba otro pizarrón: “Los uruguayos ceden córner”. Y así sucesivamente durante todo el partido. Ese día llovía a cántaros, me acuerdo como si fuera hoy cómo esa plaza se transformó en un techo de paraguas; no me lo olvido más. Por abajo corría el agua de una forma increíble, y la gente sólo quería saber cómo iba el partido. Para mí fue impactante. Los italianos ganaban 2-1 el primer tiempo, pero terminaron perdiendo 3-2 y así Uruguay se clasificó para la final contra Argentina.»1 Casi sin diferencias, esta misma anécdota -trascendente en la vida del escritor-, es narrada en el cuento «Pacto de Sangre» por Octavio, y también por Claudio en La borra del café.