Descubrí Montevideo
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Descubrí Capurro

Capurro y Dragones

La mirada de Mario

Capurro y Dragones

Descubrí el lugar

En 1787 el Cabildo de Montevideo ordenó la construcción de un lugar de cuarentena para los esclavos que llegaban de África. Hasta 1811 funcionó como lugar de depósito, marcaje, engorde, venta y cementerio de unas 70.000 víctimas del comercio esclavista. En esa época, Montevideo era el principal puerto de entrada de esclavos al Cono Sur.
El antropólogo Roberto Bracco afirmó que el descubrimiento del lugar exacto del Caserío es muy importante porque «es un elemento objetivo que nos lleva a una historia que ha permanecido oculta u ocultada. Traer esa historia a la actualidad nos permite tener una idea más amplia sobre cómo se ha conformado nuestra sociedad, ya que hay grupos que tienen mucho menos visibilidad. A través de este trabajo se puede lograr que se restituya a aquellos que en su momento no tuvieron posibilidad de escribir la historia».

Bracco agregó que «con base en un estudio de un grupo de investigadores que trabajaba con cartografías de la Bahía de Montevideo, se encontraron referencias directas al Caserío de los Negros, denominado “Caserío Filipinas”. Mediante análisis posteriores se logró identificar el sitio a través del plano de agrimensura, que se encuentra en el Archivo Nacional, de cuando el predio fue enajenado por el Estado hacia un privado en el año 1847, y coincidente con el predio de la actual Escuela N° 47. A partir de eso se buscaron las escrituras originales de la escuela, en las que se encontraron las referencias directas al caserío.»

El lugar fue declarado Monumento Histórico Nacional en el año 2013. Los hallazgos arqueológicos incluyen los muros perimetrales originales, un pozo cisterna, objetos y los documentos de compraventa del inmueble. Se trata de un descubrimiento único en sus características en Sudamérica, según el Departamento de Arqueología Antropológica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

Descubrí la Obra

MONTEVIDEANOS

DÉJANOS CAER

. «Déjanos caer», último cuento del libro Montevideanos, es narrado por Tito, un dramaturgo montevideano que tal vez se crea un poco mejor de lo que es. Se encuentra en un bar con un supuesto escritor en busca de temas para cuentos. Tito, verborrágico, le cuenta algunas indiscreciones, sobre todo las de la actriz Ana Silvestre. Para ponerlo en contexto, le relata algo del pasado del grupo juvenil al que la actriz pertenecía, y que él decía conocer muy bien:

«Yo los conocía bien, porque era amigo de Arriaga, un profesor de filosofía al que la botijada veneraba como un dios, porque era campechano y venía a las clases en motocicleta. Así hasta que se escrachó, en Capurro y Dragones, contra un tranvía 22 que lo envió al Maciel con una pierna rota y otra también, jubilándolo para siempre del donjuanismo activo.» 1

Listos para ser publicados en 1955, los cuentos que integraron la primera edición de Montevideanos esperaron hasta 1959 para ver la luz. Ese año, la Editorial Alfa se encarga de publicar los once cuentos, y con ello también de que sea el primer libro cuya edición no sale del bolsillo del autor. En 1961, con prólogo de Emir Rodríguez Monegal y ocho cuentos más, se publica la versión definitiva tal cual permanece hasta nuestros días. El éxito es tal que vuelve a editarse en 1964, 1967 y 1972 por la misma editorial. También se publicó en Cuba en 1968, y en México en 1978. Con el retorno de la democracia se vuelve a editar en Uruguay en 1986.

1- Déjanos caer, Montevideanos, pág. 141
PLAYA CAPURRO
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PARQUE CAPURRO