Claudio tiene 17 años y trabaja en la Agencia de Publicidad Dominó, que, para variar, queda en la Ciudad Vieja. Un día cualquiera, saliendo a mediodía de la Agencia, se encuentra con Norberto, amigo de la infancia en Capurro, a quien hacía dos años no veía. Deciden celebrar el encuentro y ponerse al día de cómo van sus vidas yendo a comer muy cerquita, al Restorán La Bolsa, un lugar clásico de esa zona de corredores de bolsa, cambios y agentes financieros que, obviamente, dada su extrema vecindad, absorbió el nombre de la Bolsa de Valores.
La tregua fue publicada en 1960, lleva a esta altura más de doscientas ediciones y fue traducida a diecinueve idiomas. Junto con Poemas de la oficina y Montevideanos, significó un punto de inflexión en la carrera de Mario, proyectándolo a nivel internacional y marcando su consagración como escritor. 1- Entrevista de María Esther Gilio, Brecha, 2/2/2001
Buen conocedor de la Ciudad Vieja y sus rincones, desde el año 1954 Mario frecuentó -casi siempre acompañado de algún amigo-, el Restaurant La Bolsa, que quedaba en la calle Piedras, entre Zabala y Misiones. Conoció entonces a Anuncia y Teodoro, matrimonio de gallegos que en 1952 compró el restaurante a su fundador, el tío de Teodoro. Actualmente, lleva el negocio Daniel, hijo del matrimonio gallego. La borra del café es la novela más autobiográfica de Mario, y una prueba de ello es la detallada descripción del lugar, al que define más como «la simpática cantina de unos gallegos» que como un restaurant.
También recuerda con rigurosa exactitud al personal -no olvidemos que la novela fue escrita por lo menos cuarenta años después-, Manolo, el mozo, e Inma, la cajera, celebrando sus graciosos giros idiomáticos y la cálida confianza con que lo trataban. Mario es recordado por la familia precisamente por su trato cálido y cercano. Tan familiar era el trato, que el escritor se permitía bromear a veces a Manolo, como una vez que se le quejó porque la cuchara que le habían dado tenía un agujero, y la sopa se le escurría por allí. La graciosa anécdota, relatada en La borra del café, es verídica.
Hoy el restorán sigue estando sobre la calle Piedras, pero desde hace unos treinta años se movió a la esquina con la calle Solís, y para aggiornarse ha cambiado también el nombre por el de Nueva Bolsa Restorán. Un dato interesante: las mesas y sillas de este restaurante son las mismas que en su época pertenecieron al Tupí Nambá. Cuando aquel mítico bar del barrio bajó sus cortinas para siempre, parte del mobiliario fue adquirido por los propietarios de La Bolsa, y aún hoy siguen prestando servicio. Son las mismas mesas y sillas que recibieron a Martín Santomé en La tregua, y por supuesto, a Mario, cuando sentado junto al ventanal, se ponía de mal humor leyendo la prensa, y de buen humor observando la mítica fealdad del Palacio Salvo.