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Estadio Centenario

La mirada de Mario

Estadio Centenario

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La Torre de los Homenajes:

Uno de los elementos arquitectónicos más distintivos y originales del estadio Centenario es, sin duda, la Torre de los Homenajes, la cual destaca sobre toda la infraestructura como una especie de aguja. Tiene la función de ser un mirador hacia el interior del estadio y hacia la ciudad. Consiste de un edificio independiente de concreto armado, insertado en medio de la tribuna Olímpica y tiene una altura de 100 metros. Fue declarada Patrimonio Histórico de Montevideo. Su autor, el arquitecto Juan Scasso, se inspiró en una torre similar que observó en un estadio en los Países Bajos, con la diferencia de que optó por diseñarla con simbolismos nacionales que justifican su nombre: cada uno de los nueve balcones del mirador representa las franjas de la bandera de Uruguay (cinco blancas y cuatro azules), mientras la base de la torre imita las alas de un avión y la proa de un barco, en referencia a la llegada de los inmigrantes al país. La torre está coronada por un asta en la que ondea regularmente una bandera uruguaya de grandes dimensiones. Dispone además de un ascensor panorámico al que se accede desde el Museo del Fútbol y culmina en un mirador que permite observar el estadio, el parque Batlle y una panorámica de la ciudad.

Museo del Fútbol Uruguayo:

El Museo del Fútbol Uruguayo está debajo de la Tribuna Olímpica del Estadio. Se inauguró en 1975 y en 2004 fue completamente remodelado, incluyendo estas mejoras la instalación del ascensor panorámico en la Torre de los Homenajes. El museo posee dos plantas. En su planta alta se encuentra la sala de exposiciones permanentes, donde se exhiben todos los archivos de los títulos conseguidos por la Selección Uruguaya de Fútbol , el mobiliario utilizado en sus inicios en la Sala de Sesiones de la misma y material del fútbol internacional, además de imágenes documentales antiguas y actuales. Su planta baja alberga una sala auditorio donde se proyectan imágenes de la construcción del Estadio Centenario, de la actuación futbolística de Uruguay en los Juegos Olímpicos de 1928 y del primer campeonato del mundo. En el hall de entrada se realizan exposiciones temporales. El museo ofrece visitas guiadas y atención al público multilingüe: español, inglés, portugués y francés.

 

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MONTEVIDEANOS

PUNTERO IZQUIERDO

Incluido en Montevideanos y escrito en 1954, «Puntero izquierdo» es un clásico de la narrativa futbolera rioplatense. Se trata de la historia de un puntero izquierdo al que se le frustra el pase a un equipo más importante, el gran salto de su vida como futbolista. Lo relata el mismo jugador, explicándole a un amigo -entre otras cosas-, la dureza de las canchas en las que acostumbraba a jugar:

«Aquí no es el Estadio, con protección policial y con esos mamitas que se revuelcan en el área sin que nadie los toque. Aquí si te hacen un penal no te despertás hasta el jueves a más tardar.» 1

Listos para ser publicados en 1955, los cuentos que integraron la primera edición de Montevideanos esperaron hasta 1959 para ver la luz. Ese año, la Editorial Alfa se encarga de publicar los once cuentos, y con ello también de que sea al primer libro cuya edición no sale del bolsillo del autor. En 1961, con prólogo de Emir Rodríguez Monegal y ocho cuentos más, se publica la versión definitiva tal cual permanece hasta nuestros días. El éxito es tal que vuelve a editarse en 1964, 1967 y 1972 por la misma editorial. También se publicó en Cuba en 1968, y en México en 1978. Con el retorno de la democracia se vuelve a editar en Uruguay en 1986.

1- Puntero izquierdo, en Montevideanos, pág. 32

 

LA BORRA DEL CAFÉ

Según La borra del café, la cancha del Lito quedaba muy cerquita del Parque Capurro. Aunque hay dudas sobre la verdadera ubicación de esa, el hecho de que sea uno de los dos paisajes esenciales de la infancia de Claudio en ese barrio tan querido para Mario, merece aunque más no sea su mención en este recorrido:

«Ya dije que en Capurro había otro paisaje fundamental: la cancha de fútbol del Club Lito. A veces íbamos con el viejo, que era un tibio hincha de Defensor, aunque nunca acumulaba suficiente entusiasmo como para trasladarse al Parque Rodó. La cancha de Lito, en cambio, quedaba ahí cerquita y él se divertía con las chambonadas de aquellos cuadritos que se enfrentaban en las soleadas mañanas de domingo.» 1

La borra del café es, en palabras del propio Mario, una de sus mejores novelas: «Es la única que en algún sentido es autobiográfica. O que por lo menos lo es en el envase, pues el protagonista es totalmente inventado pero vive en los barrios donde yo viví. Capurro -uno de los más queridos-, Malvín, Punta Carretas.» Fue publicada en Montevideo (1992), Buenos Aires y México (1993), Madrid (1996) y Barcelona (2000), y traducida al alemán (1994), al checo (2000), y al portugués (1998).

1- La borra del café, pág. 30

 

ANDAMIOS

En uno de los muchos reencuentros de su desexilio, Javier Montes le explica a su amigo Fermín, entre otras nostalgias, cómo sobrellevaba la añoranza futbolera de los fines de semana mientras vivía en España:

«Y ya que nadie te informa de cómo van Peñarol o Nacional o Wanderers o Rampla Juniors, te vas convirtiendo paulatinamente en forofo (hincha, digamos) del Zaragoza o del Albacete o del Tenerife, o de cualquier equipo en el que juegue un uruguayo, o por lo menos algún argentino o mexicano o chileno o brasileño.» 1

Andamios narra la historia del periodista Javier Montes que, en 1995, vuelve al Uruguay para recuperar su espacio interior en un país que le arrebataron por la fuerza. Según Mario, es una especie de inmersión de los personajes de La borra del café, que saltaron de sus páginas para construir esos andamios. Y aunque no la reconoce como autobiográfica, sí admite en esta novela algunas pinceladas personales: «Yo también fui un exiliado y lo pasé muy mal. El exilio político es diferente del económico. La muerte, si es forzada, también es una forma de exilio». Publicada en Buenos Aires (1996), México (1997), Madrid y Montevideo (2009), Barcelona (2015), y traducida al italiano (2006), y al portugués (2017).

1- Ciudad en que no existo, en La casa y el ladrillo, pág. 77

Descubrí a

Mario

1928 | 1996

La relación de Mario con el fútbol comienza siendo muy niño. La azotea de unos amigos de la infancia fue su primera cancha, y también donde decidió los colores que seguiría:

«Tenían una azotea muy grande que le habían puesto un tejido altísimo. Allí jugábamos al fútbol y allí me hice hincha de Nacional.» 1

Esos amigos lo llevaban al Estadio a ver a Nacional, y ahí se hizo hincha, a pesar de que en su casa su padre -aunque no muy futbolero-, era del eterno rival, Peñarol, y toda la familia de su madre de Defensor.
Como futbolista, siempre tuvo la honestidad de admitir sus limitaciones:

«Yo era golero, aunque muy malo. Me gustaba jugar en ese puesto, porque representa una figura especial dentro del equipo. Aunque con razón, muchos dicen que es el peor de los puestos. Cuando los compañeros meten un gol el arquero no puede festejarlo con ellos porque está muy lejos, y cuando le convierten uno está resignado a soportarlo en soledad. Por más que fuera el puesto más ingrato, yo era golero por vocación. O tal vez porque era asmático... [...] Una vez me metieron adentro del arco... Fue cuando tenía 12 años: un tipo, con una patadura (sic) terrible, me dio un pelotazo en el estómago y me metió adentro del arco. Ahí me desmayé. [...] No fui ningún futbolista destacado, nada más que jugaba con los amigos. Era perfectamente consciente de que no tenía ningún porvenir como futbolista en ningún puesto...» 2

El primer partido importante que Mario recordaba era la semifinal Uruguay - Italia, por el Campeonato Olímpico de 1928. Lo vivió entre una multitud, en la Plaza Cagancha, frente al periódico Imparcial, que subía y bajaba pizarras actualizando las alternativas del partido. Este recuerdo está narrado con detalle en el fragmento «Gente que pasa», de La borra del café. De la final del Mundial de 1930 recuerda:

«La oí por radio. Íbamos perdiendo 2-1 el primer tiempo y gracias a un gol del Manco Castro se empezó a dar vuelta el partido.» 3

Sobre los años cuarenta Mario iba todos los fines de semana al Estadio y, bajo la firma de Orlando Fino, escribía crónicas humorísticas para el diario La Mañana. Pero la pasión futbolera tiene un límite humano que Mario no dejaba de ver; el fúbol nunca puede ser todo. Aunque el Maracanazo fue una gesta deportiva, siempre consideró exagerada la trascendencia que se le daba:

«Yo he escrito un poco sobre eso: creo que el Maracanazo se fue convirtiendo con los años un poco en macaneo, porque se vivió pendiente de eso durante muchos años. Parece que se tratara del sine qua non de la historia del país, y no puede ser así.» 4

Además de escribir sobre aspectos que relacionaban al fútbol con el carácter nacional, también escribió algún cuento sobre el tema. Los dos más conocidos, el gracioso «Puntero izquierdo», que está en Montevideanos, y el más dramático «El césped», en Despistes y franquezas. Los tiempos cambiaron y el fúbol también.

Para alguien tan afecto a la tranquilidad, la austeridad y la discreción, el giro que había tomado el deporte en los últimos tiempos, con una violencia desmedida en la tribunas y en el campo, y un mercado tan inflado y desmedido como esa misma violencia, hacían que lo mirara con cierta distancia:

«Me molestan mucho dos cosas. Primero, la violencia, de la que fueron precursores los hooligans ingleses. Ahuyenta de los estadios a mucha gente, que ya tiene miedo de ir a ver un partido de fútbol. Encima la violencia de afuera se traslada adentro del campo de juego, con patadas y acciones antideportivas. Es como una vocación de violencia que no entiendo. La segunda cosa que me fastidia es el factor mercantil de este deporte, la excesiva publicidad, las disparatadas cifras de dinero que se manejan. Antes que nada hay que pensar que esto es un juego y merece ser disfrutado como tal.» 5

1- Entrevista de Diego Borinsky, El Gráfico, 1996
2- Ibíd, y Entrevista de la Redacción de El Gráfico, 1999
3- Ibíd, 1996

4- Ibíd, 1996

5- Ibíd, 1996

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