Algunas poesías de Viento del exilio -como gran parte de la obra de Mario de esta etapa-, están escritas desde una resignada espera, alerta a las señales que le puedan llegar «de todas las memorias y de todos los puntos cardinales». Entre esas señas y recuerdos asoman a la memoria del poeta imágenes y sonidos de su infancia. «Abrigo» es un poema escueto pero gráfico: en pocos versos cuenta una época difícil, de miseria, pero donde no faltaban la calidez, el refugio y el canto de la intensa lluvia tañendo un techo de chapa:
Viento del exilio retrata en cada uno de sus poemas las distintas formas de la distancia. El ejercicio poético de Mario rescata también en estas páginas la esperanza del exilio: el fin de la partida y el regreso, que es el desexilio. Se publicó por primera vez en México y Medellín, en 1981, dos años más tarde en España, al año siguiente en Argentina y en 1985 en Venezuela. Recién en 1988 fue publicado en Uruguay.
Dentro de los fragmentos autobiográficos que incluye Despistes y franquezas, encontramos el cuento «Los vecinos», que resume, en sus primeros párrafos, la breve vida de Mario en la recién nacida década de 1920. El texto discurre en una anécdota tragicómica, con unos vecinos «buena gente» pero de costumbres un poco singulares en las celebraciones, para desembocar en una emotiva postal de la familia Benedetti de aquellos años, acaso un poco triste pero llena de emoción y ternura, «el recuerdo más entrañable» que Mario conservaba de su infancia.
Dice el propio Mario sobre Despistes y Franquezas: «Este libro, en el que he trabajado los últimos cinco años, es algo así como un entrevero: cuentos realistas, viñetas de humor, enigmas policíacos, relatos fantásticos, poemas, parodias, graffiti, fragmentos autobiográficos.» Mario siempre tuvo atracción por esos libros que él denominaba «entreveros literarios». Admiraba a varios de sus colegas que se habían atrevido en esas melanges: Cortázar, de Andrade, Macedonio y el hondureño Monterroso. Habiendo guardado siempre la secreta aspiración de su propio «libro-entrevero», dice que recién se sintió capacitado para concebirlo en la madurez: «tras haber asimilado los vaivenes y desajustes del exilio, y también los entrañables reencuentros y algunas inesperadas mezquindades del desexilio, me siento por fin lo suficientemente suelto como para intentar mi caleidoscopio, antes de que esos setenta que ya despuntan en mi horizonte, me den alcance con su gesto adusto.» Como una constante en su carrera, 1989 fue también un año prolífico en la obra de Mario: Además de Despistes y franquezas, publica el ensayo La cultura ese blanco móvil y el cancionero Canciones del más acá. Este año La tregua llegó a la 75ª edición, Gracias por el fuego a la 46ª, El cumpleaños de Juan Ángel a la 30ª, Inventario a la 31ª, Pedro y el capitán a la 15ª y La muerte y otras sorpresas a la 27ª.
1- Los vecinos, Despistes y franquezas, pág. 126
Mario vivió en su Paso de los Toros natal tan sólo dos años. Brenno Benedetti, padre de Mario, era químico y había comprado una farmacia en Tacuarembó; allí fueron a establecerse. Pero Brenno fue estafado: la farmacia que había comprado había sido previamente vaciada, y la familia quedó entonces hundida en la miseria. En 1924, buscando un nuevo trabajo que le permitiera salir de esa situación, Brenno y familia se fueron a Montevideo. En propias palabras de Mario: «Cuando mi padre se arruinó con la farmacia de Tacuarembó, la familia pasó, casi sin transición, de la vida confortable a la casi miseria. Fuimos a dar a una casucha con techo de zinc en los alrededores de Colón». Quizá exista en el imaginario colectivo una idea muy romántica del Montevideo de principios del siglo XX, cuando la influencia de las modas y costumbres europeas -sobre todo las francesas-, eran seguidas con devoción por las burguesías rioplatenses. Seguramente de esa idea resulte imaginar una Villa Colón con grandes casonas señoriales, de suntuosos interiores y espléndidos jardines. Y es cierto: en esos años, muchas familias montevideanas de abolengo tenían allí sus lujosas residencias veraniegas, entre ellas los descendientes del presidente Idiarte Borda. Pero también es cierto que muy cerca en la distancia y muy lejos en la condición social, crecía junto al arroyo Pantanoso otra cara de Colón, un pequeño núcleo de casas muy pobres y precarias. Una de esas viviendas fue alquilada por los Benedetti.
La casa de Mario era pobre, «un casi tugurio de latas», y muchas otras carencias, pero en esa «época más bien miserable», el Mario niño valoró cosas que tal vez de otro modo no hubiera valorado, como explica en el poema «Abrigo»; se sintió protegido, sin miedos, a resguardo. Bajo ese techo de chapa Mario también aprendió a leer solo, cuando tenía cinco años, antes de comenzar el colegio.
Sus relatos de muchos años después, como por ejemplo el cuento «Los vecinos» publicado en 1989, permiten saber que entre todo lo que Mario vivió en aquellos años de Villa Colón, dos cosas cobraron especial trascendencia: la intensificación del amor familiar y el contacto con el otro, con sus vecinos de Colón, que vivían en casas tan precarias como la suya, y a veces con costumbres un poco extrañas para él.