La Ex-Industrial Francisco Piria tiene bastante que ver con varias obras de Mario. Quince años en la vida de alguien acostumbrado a no parar de escribir nunca, son campo fértil para la inspiración.
Allí se gestaron, no al mismo tiempo pero sí sucesivamente, Poemas de la oficina, Montevideanos y La tregua. Entre esas paredes la inspiración de Mario fue plasmando, poco a poco y en forma general, la resignación de la rutina oficinesca en verso, la psicología de lo que él llamaba el «hombre mediano» -no mediocre-, en cuentos, y también encontró en la historia de amor de un hombre ya maduro con una mujer mucho más joven que él -su jefe en la Industrial Piria-, para escribir una novela.
En 1956 aparecen los primeros Poemas de la oficina en la revista Marcha, y es tal la repercusión que se agregan varios poemas que no incluía esa primera selección y se publican mil libros que se agotan en quince días. Este es el primer libro que marca un gran acercamiento entre el poeta y el público, y también el último cuya edición costeará Mario.
Listos para ser publicados en 1955, los cuentos que integraron la primera edición de Montevideanos esperaron hasta 1959 para ver la luz. Ese año, la Editorial Alfa se encarga de publicar los once cuentos, y con ello también de que sea al primer libro cuya edición no sale del bolsillo del autor. En 1961, con prólogo de Emir Rodríguez Monegal y ocho cuentos más, se publica la versión definitiva tal cual permanece hasta nuestros días. El éxito es tal que vuelve a editarse en 1964, 1967 y 1972 por la misma editorial. También se publicó en Cuba en 1968, y en México en 1978. Con el retorno de la democracia se vuelve a editar en Uruguay en 1986.
La tregua fue publicada en 1960, lleva a esta altura más de doscientas ediciones y fue traducida a diecinueve idiomas. Junto con Poemas de la oficina y Montevideanos, significó un punto de inflexión en la carrera de Mario, proyectándolo a nivel internacional y marcando su consagración como escritor.
Mario entró a trabajar en la Ex-Industrial Francisco Piria en 1946, después de dejar la Contaduría. Curiosamente, los apellidos Piria y Benedetti se volvían a vincular:
«Mi abuelo se llamaba Brenno Benedetti. Lo trajo Francisco Piria, el pionero de Piriápolis. Mi abuelo era nacido en Foligno, en el centro de Italia. Era químico, astrónomo y enólogo. Piria supo de él y lo trajo engañado y ni siquiera le pagó lo que le había prometido. Y mi abuelo dijo: “Bueno, mire, yo así no me quedo, me voy para Montevideo.” “¿Y en qué se va a ir?” “Y, en el vapor”, dijo mi abuelo. “El vapor es mío -dijo Piria-, y yo no le vendo el pasaje.” Y mi abuelo se vino a pie desde Piriápolis a Montevideo. ¡Cien kilómetros a pie!»
Mario recuerda esa etapa:«El viejo Piria ya había muerto; yo sólo traté con los Piria de la segunda generación. ¡El Viejo! Era un personaje sobre el que valdría la pena escribir. Allí, además de las cosas sabidas por boca de mi abuelo, me enteré de tantas otras... Creo que con los Piria se puede hacer una especie de Buddenbrooks montevideanos. Más de una vez, algún integrante de la tercera generación me dijo, medio en serio, medio en broma: “Vos tendrías que escribir una novela sobre nosotros”. Lo que sí hice cuando estaba en Piria fue escribir una novela que éstos no me habían pedido: La Tregua. En las dos horas que nos daban a mediodía para almorzar, en lugar de viajar hasta mi casa, en Malvín, prefería irme al Sorocabana de 25 de Mayo y allí (tratando de no mirar mucho a los costados para no dar vía libre a conocidos y otros importunos), comía un refuerzo, tomaba un café con leche y escribía, sin tregua, La Tregua. La escribí íntegramente, durante cinco meses de 1959, en una misma mesa de ese café.»
En la Ex-Industrial Mario primero fue auxiliar contable, después jefe de contabilidad y finalmente gerente. Allí Mario encontró la historia que le sirvió de base para La Tregua, una historia real:
«En un momento, siendo yo oficial de contaduría, mi jefe, viudo desde hacía un tiempo -un tipo muy bien, muy macanudo y muy calmo-, empezó a comportarse con una alegría de vivir que en él era desconocida. Un día yo le digo “Pero don Diego, ¿qué le pasa que está tan bien últimamente?” Él tenía más o menos cincuenta años. Cuando le pregunto me dice “Vamos al café, te voy a contar”. Fuimos. “Estoy enamorado”, me dice. “Pero el problema es que esta muchacha tiene la mitad de mis años. Tiene 26. ¿Qué voy a hacer?” “¿Por qué no se casa?”, le digo yo. Y volvió a enviudar. Eso pasa en la novela. En la vida pasó lo que era lógico, él murió antes que ella.»
Mario trabajó allí hasta 1960, año en que consideró que ya podía vivir de la Literatura y el periodismo.