Es considerada la plaza más importante de Montevideo. En cierto modo, puede afirmarse que la historia de esta plaza está marcada por las sucesivas ideas o proyectos de nación -con sus estereotipos de representación correspondientes-, que tuvieron lugar en Uruguay desde la primera mitad del siglo XIX hasta hoy. Construida donde se levantaba la ciudadela de la antigua ciudad fortificada, es el nexo entre la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva. Permaneció vacía hasta 1905, año en que el paisajista francés Carlos Thays diseña cuatro parterres con fuentes y vegetación, y planta treinta y tres icónicas palmeras distribuidas en dichos espacios verdes. En 1923 se inaugura en el centro de la plaza el monumento ecuestre a José Gervasio Artigas, obra del italiano Angelo Zanelli, que tiene 17 metros de altura y pesa 30 toneladas. Debajo de este monumento está el Mausoleo donde descansan los restos del prócer, construido por la dictadura cívico-militar en 1974.
Martín Santomé escribe en su diario todo, o más bien casi todo lo que le pasa. De un pensamiento salta a otro, y de allí a una posibilidad, tal vez a una anécdota, al análisis de algo que está viviendo, a una imagen de la oficina o de algún lugar de su Montevideo. Y así la ciudad, a la vez de escenografía, se va sucediendo a lo largo de la novela como disparador de situaciones que describen a Martín, que a partir de una imagen graciosa en su mente -generada en la Plaza Independencia-, termina elucubrando sobre Dios.
La tregua fue publicada en 1960, lleva a esta altura más de doscientas ediciones y fue traducida a diecinueve idiomas. Junto con Poemas de la oficina y Montevideanos, significó un punto de inflexión en la carrera de Mario, proyectándolo a nivel internacional y marcando su consagración como escritor.
Javier Montes se va reencontrando con Montevideo, capítulo a capítulo, caminata a caminata, una de las cuales lo lleva a la Plaza Independencia. Allí observa los edificios que la rodean, los califica -«feas y altísimas construcciones»-, y sin decirlo, o bien se confiesa lector de La tregua, o bien guarda un recuerdo biográfico de Martín Santomé:
Andamios narra la historia del periodista Javier Montes que, en 1995, vuelve al Uruguay para recuperar su espacio interior en un país que le arrebataron por la fuerza. Según Mario, es una especie de inmersión de los personajes de La borra del café, que saltaron de sus páginas para construir esos andamios. Y aunque no la reconoce como autobiográfica, sí admite en esta novela algunas «pinceladas personales»: «Yo también fui un exiliado y lo pasé muy mal. El exilio político es diferente del económico. La muerte, si es forzada, también es una forma de exilio». Publicada en Buenos Aires (1996), México (1997), Madrid y Montevideo (2009), Barcelona (2015), y traducida al italiano (2006), y al portugués (2017).
Viento del exilio retrata en cada uno de sus poemas las distintas formas de la distancia. El ejercicio poético de Mario rescata también en estas páginas la esperanza del exilio: el fin de la partida y el regreso, que es el desexilio. Se publicó por primera vez en México y Medellín, en 1981, dos años más tarde en España, al año siguiente en Argentina y en 1985 en Venezuela. Recién en 1988 fue publicado en Uruguay.
El alma de Mario abrazó a Montevideo de forma transversal, y así la ciudad y sus lugares aparecen siempre, a lo largo del tiempo y de toda su obra. Asiduo a la Ciudad Vieja durante años, el Centro y sus alrededores también se habituaron a verlo por razones prácticas: la Plaza Independencia es casi como una aduana inevitable que debe atravesarse para ir de un barrio a otro. La podemos leer a fines de los cincuenta en La tregua, con Martín Santomé luchando contra el viento para llegar a la plaza, y quedándose con la imagen de polleras y sotanas levantadas por el fuerte aire.
Más acá en el tiempo pero más allá en la distancia, en Viento del exilio Mario la recuerda con una visión oscura, que ubica a la plaza como una mera figura retórica -un «tropo»-, dentro de una imaginaria excursión por la ciudad que vivía bajo la dictadura. Ya de regreso en los noventa, en Andamios, Javier Montes -que también había regresado-, se reencuentra con ese «descampado entre feas y altísimas construcciones», y recuerda, con gracia, la imagen de la mujer y el cura que Santomé había visto en La tregua. La misma plaza, sin y con Mausoleo, sin y con viento, antes, durante y después del exilio, vista y vibrada por el mismo escritor.